diciembre 23, 2009

Adiós...

Con el despertar sexual, mi mente se nubló. Quizás antes que ninguna otra, pensaba en rozarme con alguno de aquellos hombres que sobrevolaban mi imaginación. Aún así, siempre fui cauta. Siempre esperando impaciente desde mi gruta, el momento perfecto. La víctima perfecta. La situación perfecta. Y aunque hubo mucho alcohol, las ganas rebosaban las partículas de oxígeno que envolvían nuestros cuerpos en una nube de desenfreno y excitación.

Creo que tuve varios despertares, varios momentos en mi vida en los que me daba cuenta por parpadeantes instantes, que el sexo existía, estaba ahí y yo era un claro objeto de él. Todos somos objetos del sexo. Todos.

Qué desangelada se queda la escena cuando no hay tensión sexual. Cuando no hay conflicto sexual, cuando no hay una tensión sexual no resuelta. Así empiezan los problemas. Cuando le miras y sólo quieres volver a mirarle teniéndolo todo para ti. Única y exclusivamente para ti. Porque el sexo es en sí, muy egoísta.

Me doy cuenta ahora de lo que cambió la concepción que tenía de mis esporádicos encuentros sexuales con aquel o con aquel otro. De necesitar amar para poder tocar, aunque con mucho miedo, a morder y gemir en compañía de un nuevo amante del que sólo sabía su nombre y sus ganas de mí.

Pero no es tan sencillo, y menos si eres una cazadora. Todo, siempre, acaba significando algo. Todo es demasiado extraño ahora. Y lo era mucho más antes.

Ayer, con cada ínfimo acto de posesión, como un roce de manos, me iba olvidando un poco más de ti. Hasta que decidí despedirme de ti definitivamente, desnudándole a él. Todo fue excesivamente fácil. Ahora se acaba de marchar. Después de haberme besado hasta la saciedad. Después de haberme roto por dentro contigo y de haberme reconstruido de nuevo en él. Sin tan siquiera haberse dado cuenta, consiguió lo que no fui capaz de hacer yo sola. Poner un nuevo punto y aparte.