febrero 04, 2012

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Si lo prefieres, puedo seguir buscando bocas a las que morder. Puedo seguir desabrochando botones nuevos. Puedo volver a los conocidos y volverlos a desabrochar. Puedo descorchar otras tres botellas con otros y brindar en secreto porque no estás. Puedo dejar que me desnuden y puedo desnudarme para otros tantos más. Puedo jugar a cosas nuevas, puedo despertarme entre sábanas de colores o sobre el más raso colchón.

Claro, que si lo prefieres, podrías ahorrarme tanto trajín de cama en cama y pedirme de frente y de verdad, que tu boca es más boca cuando nos mordemos, que a tu camisa le sobran los botones y a nosotros si algo nos falta es la paciencia, que por querer nos podemos desabrochar hasta el alma, que si bebemos mejor que sea cerveza fría de botellín, que si brindamos sea porque a la noche le han añadido horas, que desnudos todos los juegos pintan mejor y que poco importa dónde nos despertemos si el reloj pasa de las tres.

Yo tenía veinte años. Él siete más. Parecía sacado de una cinta de Coppola: tan inmenso, tan precioso, tan perfecto como una isla de las ganas y me lo iba aprendiendo de soslayo cuando notaba su brisa circundando mi espacio. La primera vez que hablamos, yo venía de matar el verano bajo la ducha; ví su sonrisa a través de las gotas de agua que se zafaban de mi pelo, empeñadas en escapar sobre mis hombros hacia la nada. Me abrasé de amor en aquella puerta sin querer. Me encendí entera del desconocido orgullo de sentirme hembra cuando aprendió mi nombre. Noté su mirada zurziéndome la nuca cuando le di la espalda y continué caminando, danzando sobre las losetas, mientras los martillazos del deseo taconeaban sobre mi pecho.
Entonces decidí enamorarme como se enamora una a los veinte años: aprendiendo a conjugar la ternura con los imposibles, dejando que se tambalease el mundo escondida bajo el cielo protector de su espalda. Allí mismo libré la batalla primera contra mis prejuicios, desnudando de su armadura la piel donde me grabé su nombre, queriendo morir esparcida sobre su camiseta. Siempre pensé que un día aparecería en su inmenso coche y me rescataría como un héroe de la ciudad pequeñita que amo sin reservas, pero te estrangula en sus murallas. Sabía que no iba a venir. Y nunca vino.
Vivía lejos, más allá de mi querencia, edificando paraísos que no me pertenecían. Necesité maldecir su sonrisa unas cuantas veces para que se me olvidase el sabor verde de sus ojos pequeñitos que tantas veces comí como aceitunas sin hueso en su punto de sal. Guardé un par de fotos en blanco y negro en una carpeta prohibida y le hice un hueco en el corazón, allá dondeconvive todo lo que he amado. No en el músculo que late, sino en la ciudad invisible que nos mantiene en pie incluso cuando nos duele como canicas bajo el zapato.
Hace poco abrí la carpeta clandestina y me sorprendí contemplándonos tan jóvenes, tan guapos, tan perfectos en el engranaje de las caricias. Desandé los años y las maldiciones desde la alegría. Brindé por el poso de amor que dejó en mi vida, cuando trazaba sobre sus pecas el mapa de mi aprendizaje. Recité los mil perdones por mi orgullo, pues fui yo la que llegó tarde. Y lo abracé a través del tiempo pidiéndole a los vientos que algún día susurrasen mi nombre bajo su ventana.

enero 23, 2012

[LoVe]

Lo mio es amor y deseo. Deseo general, no específico. Deseo carnal, sin dios ni otros testigos. Lo mío es amor, baby. Amor vivido y experimentado, amor refinado para tu pronta eternidad. Te deseo como el perro desea la herida que lame. Te amo como ningún perro sabe, como ningún estúpido imagina. Mi lengua es más hábil que mil perros callejeros, mi mente devora la estupidez del mundo. Lo mío es amor y deseo, baby. Deseo autónomo, ecléctico, primordial. Lo mío es amor, baby. No amor estructurado, complexivo, parcial. Amor del modo mío, baby. Del modo mío.

[Pregunta]

¿Qué es más efímero? ¿El imborrable tatuaje de una vibrante noche conmigo o la monótona vida doméstica en que te escurres hacia la tumba? No puedo darte una vida, no la tengo. La perdí buscándote a ti, amor mío.