mayo 20, 2010

No mentiras...


-No bueno, no te voy a mentir-.

Decirte que este lugar con demasiada vida me llena sin siquiera recordar tu rostro. No, yo no te voy a mentir. Decir muchas cosas que a las tres con quince me hacen feliz, doliéndome desde dentro la insistencia famélica. Ser incoherente entonces al decir, “sí, sí, hoy mismo soy más puta, alcohólica y perdida, al día que te conocí”.

Pero no pienso en mentirte.
Más bien aseguro mis labios, justo en el lugar que ocupan en mi rostro, es necesario amarrarlos con cuerdas que no provengan de tus cabellos.

Y esta mañana pensaba en escribirte algo más alegre, tal vez “aquí, todo el tiempo huele a cerezas y a lluvia…” o “siempre tropiezo con tus pies en las esquinas verdes y diminutas de este lugar…”

Escribirte algo,
que dejara ver mi estupida manera de venerar tu ausencia, de estar tendida en suelo haciendo el teatro continuo, con los mismos ojos que ya sabes de memoria, demostrar la debilidad de mi piel a tus minutos fugaces. Y no lo quise así. Decidí plantarme en este mismo café (de las seis de la tarde), cruzar la pierna sobre la otra con botas azules, pintarme los labios, mientras sentía los flujos extranjeros y sonrisas dadivosas, sentarme en la mesa de madera en la esquina, sacar la hoja descuidada,
un bolígrafo, cualquier bolígrafo, escribirte:

No te mentiré: Te extraño, pero no te necesito.

mayo 02, 2010

Hola?


Yo sé, probablemente nunca entiendas muy bien lo que te cuento ahora. Esta tarde es extensa, y muy gris, y casi tan larga como este camino que caminamos. Es fría, y en la piel se siente un placer como tartamudo, como por puntadas en todo el cuerpo, parece darse y no darse. Esta tarde tiene mucha música de fondo que la describe y que duele un poco, a veces entonces también te amontono junto con todos los instrumentos. Me he mordido mucho los labios viendo a través de la rendija la sombra magna de los árboles a la luz del sol, que ya es luz de luna.

¿Te he hablado alguna vez de mi pasión por los árboles? Estoy segura de haberlo mencionado en cierta ocasión. Estoy segura de que me habrás visto ya entre tu mente abriendo la boca redonda ante un árbol. Eso soy. Tengo una multitud dentro mío, todos queriendo decirte algo. Comenzará alguien por hablarte de toda la melancolía que se escurre en este lugar, o visiones de un país lejano al que no he podido llegar, quién sabe por qué razones sempiternas que supongo nunca entenderé. Y hay invitaciones para ti, te dicen: Vayamos a vivir a Arabia, y seremos de un color carmín feliz. No imagino tus respuestas, más bien, veo exactamente tus silencios. Son de un estilo “piano” y te hieren con arte.

No puedo hablarte ya más sobre mis vicios a esta hora, el alcohol o las hierbas, porque al fin y al cabo sé que conoces bien la mordedura de mi alma indómita, conoces y te haces infeliz, como si fuese yo, algo que duele. Y tengo la intención de hablarte sobre el nuevo libro que estoy leyendo y la magistral crueldad del narrador, que me hace recordarte a deshoras, pero recuerdo y termino por gritar hasta romperme la voz. Eso, yo pienso, te hará llorar entre sonrisas. Algo muy de ti, o de tus desordenes anímicos.

Cómo contarte de la coherencia de mi vida, sin modificar las situaciones típicas de mi esquizofrenia, y no decir lo que hago para que no sientas que me pierdes de nuevo, y de nuevo otra vez. No. Porque me viene de bajada, la imagen oblicua de mi cuerpo en la estación y mi boca gesticulando un “adiós. Pero no me voy”, y tú huyendo a cualquier lugar que no te permita ver la despedida continua. O tal vez, una única intención tuya de hacerme ver lo poco que es importante para ti mi partida.

Hay tanta maraña en mi cabeza esta tarde. Que podría comerme a todo el mundo y no tener sabores. Que incluso podría llamarte y sólo poder decir, la única palabra que entiendo desde el día que te conocí. Pero y qué más dan las letras, si yo sé que es tan probable que no hayas entendido nada de lo que te he contado ahora…