enero 27, 2010

Lo Admito...

Admito lo que soy: soy mil personalidades variables metidas en un cuerpo que evoluciona hacia la decadencia de un sistema mecánico e infinito. Infinito hasta que todo explote.


Hoy decidí salir a una gran ciudad, dar un largo paseo de unos cinco kilómetros y volver a casa.
Sola. Sin ningún necio alertando de su aburrimiento.


Cincuenta personas me han mirado de arriba abajo. He seducido a dos.
Compré un libro sobre el control sobre la sociedad y la crítica punzante ante el ejército de la Estupidez: la masa.


En el tren vi a un chico aplicado, llevaba un libro. Al pasar delante de mí no miré su bella espalda, pero después de unos segundos mi cuerpo automáticamento lo hizo. Se sentó a dos asientos míos. Leía mientras escuchaba música. Llevaba un best-seller con la portada de una modelo (seguramente americana) semidesnuda. Qué mal… la educación y los patrones lo tienen atado.


Me perdí por la ciudad. Adoro perderme por la ciudad, no saber donde estoy y explorar en busca de mi camino o en busca de un muso lo bastante fiel como para que me dure una noche.


¿Y por qué sola?
Porque no hay nadie. Hay ratas, sí, pero no me sirven.


Vi pasar a cientos de personas en un instante a traves de mi mirada.
Mi campo de visión se llenaba de todo tipo de personajes.
Creí verlo como tres veces, pero no era él.


Lo vi pasar...


¿Creían que no iba a pasar?

Claro que lo hizo. Su vida se basaba en la rutina de pasar siempre por las mismas calles. Yo en cambio, era incapaz de crear una rutina. Mi organismo mental no estaba a la altura. La rutina me podía durar una semana como máximo, después escapaba, inconscientemente, a otro camino.


Esta vez me levanté, fui por él, sin pensar. Al intentar tocar su hombro no pude. Desapareció. Se hizo polvo. Dulce, dulce era la sangre que se derramaba de sus ojos; y triste, triste era la luna que le alumbraba el rostro.

No hay comentarios: