enero 12, 2010

Extrañarte...

Claro que te echo de menos, por eso se me cosen las costuras de las sábanas a los vacíos intermitentes que ya no deja tu aliento en mi pecho. Y duele, claro que duele, por eso evito los rayos de sol asesinos que me muestran esos rincones que ya no te guardo para que los vayas habitando poco a poco.

Ahora son lugares muertos, se gangrenan y me corroen los baldosines, convirtiéndolos en estériles, incapaces de derramar lágrimas de consuelo. Y acabo siempre bajo el mismo peso, intentando conciliar un sueño repleto de pesadillas con la vana esperanza de despertar y verte a mi lado como entonces.

Claro que te echo de menos, porque ya no sé dormir sin tus manos de alabastro enfriándome las muñecas, replegándose en los vacíos de mi médula, porque no soy capaz de odiarlas ni aunque las recomponga segando otros cuerpos más allá de mi piel.

Así que cada noche descompongo mis opciones rebuscando tu rastro en el suelo inerme en el que siempre termino pudriéndome, helada y vacía. Siguiendo el rastro de mis lágrimas en un vano intento de encontrar, como si se tratase de baldosas amarillas, el camino de vuelta a ti, el camino de vuelta a casa.

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