septiembre 18, 2010

¿Será?

Nunca había jugado al despite sin palanganas. Yo, verán, no sabía esconderme antes de que contaran 100, así que buscaba visibilidad, un sitio donde pudiera depender de mis fuerzas para correr antes que de mi habilidad para cerrar los ojos. No quería sentirme presa y, por eso, era más de cazar.

Pero... ¡ay!, tampoco sabía asustar a los monstruos de mi armario, así que procuraba no tener armarios o, si los tenía, que fueran cómodos. "No es bueno incomodar a los monstruos," me decía. Seguro que a ellos tampoco les gustan las guerras.

Cuando aprendí a enceder las cerillas creí que ya sabía hacer fuego. Siempre me pasa algo así. Un día lancé una piedra y empecé a soñar con fusiles. Al otro, era un paseo en bicicleta o bajar la ventanilla del coche y decirme: "¡Bah! Este mundo se ve a base de dar pedales.

Pero nunca le tuve miedo al mar. Y el respeto se lo concedí estos ultimos años. Será que crecí entre demasiada tierra... o que leí un cuento de Borges que terminaba con un desierto haciendo de laberinto.

En verdad que pocas veces entendí que se puede saborear la madera. Que los miedos van con raíz y hay que sangrar para estirparlos de adentro. Que la risa es lo más importante. Lo más bonito. Más incluso que los gemidos, ese gesto tan recordado. Ese gesto... ay, no quiero pornografiarme en estos momentos. Quería una radiografía con acuarelas. Algo que diga: "No, si yo solo quería suelto para tabaco, pero si hay que tomarse una cerveza..."

Total, que terminé borracha. Y, no se crean, a ratos hasta me siento vieja. Aunque piso la arena y me lo paso como una enana. Pero, a ratos, eso, parece que en cualquier momento me fuera a poner a escribir a mano las cartas que ahora mando vía mail.

Pero qué va. Soy una falsoalarmista. Una pedrolobista. Una exagerametaforas. Una blablabladora. Una tremendimensionista. Una enciendeincendios. Una inseguroquesiqueno.

Vamos, que no me pongo de acuerdo y exagero hasta hacer de todo un pequeño detalle, un delicado gesto, una minima afirmación resolutiva. Y es que entre, la teoría gravitacional y la Mecánica Cuántica, siempre he ido con los más pequeños.

Será que un mechón de pelo me dice más que una larga cabellera.
Que me fijo en la uñas más que en los dedos.
En las pecas ominosas, los lunares contados, el rosa de mejilla sin rubor.
Será que él mide poco más de metro y medio y se diluye como acuarela en celo,
como mancha de grafito con sudor.

No hay comentarios: